Acción y efecto de adaptarse por bondad al gusto y voluntad de otro.
Hay quienes solo son tolerantes cuando los impulsa algún interés mezquino. Esto no se llama condescendencia sino conveniencia.
Cuentan de un joven judío que, al realizar un largo viaje en avión, le toco sentarse junto a un anciano. El joven se mostró despectivo, altivo y grosero. En cuanto pudo, le solicito a la azafata cambiarse de lugar; ella pregunto por que y no tuvo reparo en contestar que el viejo de su derecha era insoportable, “tose y apesta”. Al llegar a su destino el muchacho vio una gran comitiva de recibimiento; cientos de personas esperaban con ansias al anciano que resulto ser un gran maestro rabino. Entonces arrepentido de su actitud se acerco para pedirle perdón y solicitarle su bendición, pero el le contesto: “¿rechazaste al anciano y te acercas al rabino? Lo siento, no puede ser bendecido quien no es condescendiente. Tendrás que pedir perdón a todos los ancianos del mundo”.
Nadie puede saber si alguna vez necesitara a la persona a la que esta despreciando. Decía Emerson: “Cada hombre que conozco - no importa su edad, su sexo, su religión, su raza- tiene algo superior a mi; por eso acepto a todos, lo escucho y aprendo de ellos…”
Si el prójimo comete errores, si es torpe, débil o iracundo, no lo juzgues… ignoras lo que es vivir en sus zapatos.
El momento es el mismo para todos, pero las emociones y circunstancias son siempre diferentes para cada individuo. A las siete de la mañana, en el mismo vagón del metro, una persona piensa en el examen que presentara, otra se dirige a la delegación para atender un problema legal, otro va a una oficina conflictiva, otro de compras otro esta de vacaciones, otro acaba de tener un hijo y otro sufrió recientemente una tragedia. En el mismo tiempo, cada uno vive historias diferentes. Es injusto enfadarse porque el vecino actúe de forma distinta. Los momentos son iguales, pero los mundos diferentes. Lo que hay en la cabeza y en el corazón de dos seres que comparten un espacio puede estar distanciado por miles de kilómetros.
Nadie tiene derecho a condenar.
Un automovilista conducía con exceso de velocidad. Agredía a los demás tocando el claxon, encendiendo las luces, vociferando. En una estrecha avenida tuvo que maniobrar bruscamente para pasar, orillando a un auto compacto que estuvo a punto de accidentarse. El conductor del auto compacto era agresivo y venia armado. Se reincorporo al camino, alcanzo al otro, cerro el paso y se bajo furioso. El conductor apremiado le gritaba que se quitara, le llamaba estorbo, le exigía con vehemencia que se hiciera a un lado. “¿tienes mucha prisa?”, le pregunto el del coche compacto, “pues será la ultima vez que corras tanto…” entonces le dio un balazo y lo mato. Lo verdaderamente trágico y terrible de este caso real fue que el hombre con prisa llevaba a su hijo enfermo al hospital en el asiento de atrás…
¿Quién eres tú para atreverte a juzgar y condenar?
¿Quieres que todos actúen igual, piensen igual, sientan lo mismo que tu? Entonces eres un Patan egocéntrico sin un dedo de frente. A conducta inexplicable de otros siempre es explicable. El intolerante termina convirtiéndose en transgresor, injusto, criminal, fanático.
Solo el condescendiente construye.
Un monje a punto de ser asesinado solicito a su verdugo una última voluntad. “¿ves la rama de aquel árbol?”, le dijo. “córtala con tu machete.” El asesino obedeció y la rama cargada de flores cayó al suelo. El monje le pidió entonces: “ahora pégala para que vuelva a vivir y de frutos.” El criminal se quedo confundido sin poder cumplir la última voluntad del monje. Entonces este se incorporo y le hablo fuerte a la cara: “¡piensas que eres poderoso porque destruyes y matas, pero eso cualquier necio puede hacerlo; escúchame bien, si quieres de verdad ser grande, construye y salva…!”
Las relaciones de trabajo, familiares, humanas, son bendecidas cuando hay cerca alguien que comprende, alguien que ama, que ayuda y participa en los problemas del otro.